domingo, 20 de noviembre de 2016


TIMOTEO


Pilar Pradillo



El circo de los Hermanos Fetuccini llegaba a la ciudad con el verano y antes de plantar su gran carpa de colores, se organizaba por la avenida un desfile. Primero iba la orquesta con sus uniformes azules seguida de malabaristas, camellos, monos equilibristas, payasos, leones y tigres en sus jaulas, claro está, y el hombre bala y los caballos con sus penachos dorados, trapecistas, contorsionistas y al final el elefante Timoteo, que era un elefante muy sabio. Porque Timoteo siempre podía encontrar cualquier cosa que se hubiera perdido. Un día, encontraba el acordeón de los payasos, otro la cama del fakir y al siguiente el látigo del domador, el sombrero de plumas de Florita, las zapatillas de la bailarina, la chistera del jefe de pista, etc etc etc.Tenía mucho olfato, solo necesitaba saber qué se estaba buscando y su trompa gris y rosada se encargaba del resto.



Los niños al salir del colegio iban corriendo y jugaban con él al lado del estanque. Les gustaba esconder sus cuadernos o los lápices o los cromos y por muy bien que lo hicieran, el elefante siempre ganaba. Después se metía en el agua paso a paso con sus redondas patazas y la trompa gris y rosada, lista para hacer de ducha, porque a Timoteo le gustaba darse un baño todas las tardes antes de empezar a trabajar. Timoteo era la estrella del circo y por eso  su número cerraba el espectáculo. Era capaz de levantar las cinco toneladas y media de su corpachón sobre las patas traseras, era capaz de coger grandes pesos con la trompa y por supuesto,  encontraba sin dificultad los objetos que escondía entre el público, Florita, su cuidadora.



El estanque donde se bañaba Timoteo estaba en un parque. En una de las praderas se montaba el circo y en otra la feria con su carrusel, su tiro al blanco, su montaña rusa y la caseta del forzudo y la del comefuego y la de la mujer barbuda. La noria, el tren de la bruja, el barco pirata y el resto de los cachivaches. Era una feria que, igual que el circo, llegaba también al principio del verano cuando empezaban las fiestas de la ciudad.



Los niños, después de jugar con Timoteo pasaban por el barco pirata para ver de cerca a Jhon Silver que era, según decían algunos, un auténtico pirata. Desde luego, llevaba un parche en el ojo izquierdo, un garfio en lugar de la mano derecha, una cicatriz le cruzaba la cara y un largo pendiente con una piedra azul colgaba de una de sus orejas. Además, él juraba y perjuraba que Jhon Silver era su verdadero nombre y este pequeño detalle hacia dudar a la mayoría. Sobre todo a los que habían leído “La isla del tesoro”. De un tesoro precisamente contaba Jhon, que venía el pendiente de la piedra azul. Lo cuidaba con esmero. Se miraba al espejo para sacarle brillo todos los días y no se lo quitaba nunca, ni para dormir. Cuando había tomado mucho ron, que en esto si era un pirata con todas las de la ley, hablaba de una isla lejana, de un misterioso tesoro y de la fabulosa piedra azul, única en el mundo, que adornaba su pendiente. Lo cierto es que si Jhon Silver fue alguna vez un pirata verdadero, se podría decir que había venido a menos. Su barco estaba hecho con algunas tablitas y un poco de cartón pintado y no habría podido flotar ni siquiera en el estanque. Pero el aspecto fiero y peligroso de Jhon atraía a niños y mayores. Cuando se ponía el cuchillo entre los dientes y miraba con fijeza, daba bastante miedo.



Él, era el encargado de que todos los mecanismos funcionaran bien, de vender las entradas para subir al barco y de mover la manivela que lo balanceaba monótono una docena de veces  mal contadas y después vuelta a empezar.



Un domingo en el que fue mucha gente a la feria y nuestro pirata estuvo atareado de la mañana a la noche, al terminar la jornada echó de menos su idolatrado pendiente. Enseguida se puso a buscarlo como un loco, removió todo de arriba abajo, hurgó en todos los huecos, registró los rincones, miró en el suelo, en el techo y debajo de la cama, pero el pendiente no aparecía.

Cansado de buscar se sentó en el barco, puso el cartel de NO FUNCIONA, PERDONEN LAS MOLESTIAS y así estuvo tres días con sus noches, muy triste, sin comer ni beber.



Su vecino en la feria, era el hombre forzudo. Mientras hacía complicados ejercicios de gimnasia y levantaba pesas de 100 kilos, Sansón, que a sí se llamaba, le observaba de reojo.  Por fin se decidió a preguntar por qué estaba triste y cabizbajo. Jhon Silver, antes de contestar, soltó entre dientes un variado repertorio de las palabrotas que identifican a un buen pirata, ¡voto a bríos!, ¡rayos y centellas!, dijo y después invocó a los seres del Averno, maldijo a las sirenas, a los pulpos y hasta a Neptuno. A continuación cogió aire y le contó a Sansón que había perdido su joya, su talismán, su adorado pendiente.



Sansón se quedó pensativo y al rato como hablando para si mismo,  dijo en voz alta: creo que tengo la solución y salió andando muy deprisa. Pasaron los minutos, pasó media hora, pasó una hora y media, pasaron dos y mientras Jhon se mordía las uñas desesperado, vió venir de lejos a el hombre forzudo acompañado de un majestuoso elefante que no hará falta decir quién era.



En cuanto los dos llegaron al lado del barco pirata, Timoteo, muy aplicado se puso a olfatear, sin dejar ni un rincón, ni una rendija, ni un hueco. Y claro, ¡claro que sí!. Escondido al lado de uno de los tornillos que sujetaban el mecanismo que hacía balancear el barco, la trompa gris y rosada que Timoteo estaba usando a modo de aspiradora, succionó el pendiente y se lo entregó intacto a su emocionado dueño.



Desde entonces, cuando al principio del verano llega a la ciudad la feria y después el circo,  el pirata Jhon Silver va a visitar a Timoteo y hablan de sus cosas y hasta se toman unos traguitos de buen ron del Caribe.



...y colorín colorado...



CUENTACUENTOS

CURSO 2016-2017


Pilar Pradillo Gómez

TRES BRUJAS ENFADADAS


Pilar Pradillo



Cuenta la leyenda que en el país de la Risa, hubo hace muchísimos años, tres brujas que siempre estaban enfadadas. En otoño y verano, en invierno y primavera. A todas horas y todos los días estaban enfadadas.



La primera se llamaba Triquitraca y vivía en el bosque. La segunda se llamaba Catapúm y vivía en la montaña. La tercera se llamaba Glugú y vivía en el lago.



La bruja Triquitraca tenía su cabaña cerca de un camino por el que todos los días pasaban los granjeros que iban al mercado con  sus carros cargados de gallinas, coliflores, zanahorias, lechugas, huevos, conejos y cualquier cosa que se pudiera vender. Andaban por el bosque tan contentos y algunos hablaban de sus cosas, otros cantaban y hasta contaban chistes. La bruja se ponía de un humor de perros cuando la despertaban con sus risas y pasaba todo el día enfadada.



La bruja Catapún tenía su cueva en una montaña muy alta, muy alta. Desde la cima, se podía ver un paisaje precioso y por eso a diario la visitaban escaladores, montañeros y familias enteras que iban de excursión. Todos los que subían la montaña eran madrugadores, estaban contentos y charlaban y cantaban y reían. La bruja que a esas horas dormía a pierna suelta se despertaba con las voces y con las canciones, entonces se ponía furiosa y el mal humor le duraba hasta la noche.



La casa de la bruja Gluglú era una barca grande que flotaba en el lago. Sus aguas eran transparentes y en él nadaban carpas enormes. Sus orillas se llenaban desde muy temprano de pescadores que cantaban y reían a la espera de que algún pez picara en sus anzuelos. También habían canoas que iban de acá para allá y los remeros hacían carreras entre ellos mientras gritaban para animarse. Gluglú no podía soportar despertarse en medio de tanta alegría y tanto bullicio. Lanzaba sapos y culebras desde su barca y así pasaba los días.



Hubo muchas quejas sobre el malhumor de las tres brujas, tantas, que llegaron a oídos del rey Risueño III quien reunió al Consejo de Sabios para intentar convertir en buenas pulgas, las malas pulgas de las tres brujas. Semejantes enfados no se podían permitir. Eran sucesos extraordinarios que no se habían conocido nunca en el país de la Risa. Hablaron, discutieron y volvieron a hablar durante varios días y después decidieron enviar un embajador a la isla Verde para traer a los tres gnomos del bosque de las Cosquillas que eran conocidos en el mundo mundial, porqué sabían muchísimo sobre pócimas, hierbas y conjuros contra el mal carácter.



Pasado un tiempo, las tres brujas que vivían en el bosque, en la montaña y en el lago del país de la Risa, sin saber porqué y para asombro de todos, se despertaban todas las mañanas con un ataque de carcajadas que les duraba hasta la hora de irse a la cama. Desde entonces se hicieron famosas por su simpatía y sentido del humor. Las gentes que pasaban por el camino del bosque, que subían a la montaña y que iban al lago las buscaban, por qué eran muy divertidas.



El tamaño de los gnomos que había enviado el rey hizo que pasaran desapercibidos al hacer su trabajo y eso sí, volvieron a su isla Verde y a su bosque de las Cosquillas sin decir ni pío y se guardó bajo siete llaves el secreto de la fórmula mágica para reír sin parar.





... y colorín colorado...