LA MANCHA DE CENIZA
Hace algunos años, aunque no demasiados, vivía una niña que se llamaba Esperancita, era una niña un poco revoltosa, su mamá la peinaba siempre los rubios cabellos con unas trenzas, siempre adornadas con lazos de colores.
Esperancita comía muy poco y sus papás la mandaban en verano a casa de sus abuelos que vivían en un pueblo, para que se la abriera el apetito al estar en contacto con la naturaleza.
Tenía muchas amigas y se pasaba el día corriendo detrás de las gallinas, para ver los huevos que habían puesto, cogiendo moras de los árboles, acariciando a los corderitos y viendo a su abuela amasar pan, hacer bollos y queso.
Con los abuelos vivían también unos tíos que tenían tres hijos pequeños.
Un día Esperancita estaba con su amiga Maribel jugando a las comiditas al lado de la casa de sus abuelos, no tenían más que una cazuelita para las dos y se las ocurrió poner en la cazuelita agua y ceniza de una hoguera que tenían cerca, se pusieron las dos a mezclarlo todo, para que pareciera un puré.
Cuando llevaban un rato dando vueltas a la comidita, Maribel dijo que ella la serviría en dos piedras que imitaban unos platos, Esperancita dijo que no, que sería ella la que la sirviera.
Una tiraba de un asa la otra tiraba del otro asa, total que la comidita terminó en el vestido rojo que llevaba Esperancita.
¡Dios mío que voy a hacer ahora! dijo Esperancita.
Maribel salió corriendo mientras decía ¡allá tú, ya te las entenderás con tu tía!.
De repente ve Esperancita que se acerca su tía María, que había visto por la ventana lo ocurrido, con cara de malas pulgas, Esperancita sin pensarlo dos veces se sube al primer árbol que ve.
Baja del árbol ahora mismo, dice la tía.
Esperancita no dice nada sólo llora y llora sin consuelo.
Te digo que bajes cuanto antes, cuanto más tiempo tardes en bajar, la azotaina será más grande.
Cuando escuchó aquello Esperancita, creyó morirse de pánico, ¡por favor, por favor, que alguien me ayude!.
De repente, Esperancita sorprendida ve aparecer a un diminuto personaje vestido de verde con gorrito a rayas rojas y blancas.
¿Qué te pasa Esperancita porque lloras de esta forma tan exagerada?.
¿Pero quién eres? Le preguntó Esperancita.
Soy el duendecillo de los árboles y me has despertado de mi siesta con tus llantos, dime si puedo ayudarte en algo, para que dejes de llorar y pueda seguir durmiendo.
Mira mi pobre vestido rojo como ha quedado lleno de puré de ceniza, fíjate como grita mi tía, diciendo que me va a dar una azotaina cuando baje del árbol.
No te preocupes, yo te limpiaré el vestido, pero a cambio me tendrás que dar algo.
Y que puedo darte yo, si no tengo aquí nada más que un vestido lleno de ceniza.
Tus trenzas, con ellas rellenaré mi colchón y así podré dormir mucho mejor.
¡Oh no!, mi tía se enfadará todavía más y la paliza será más grande.
Tranquila, tranquila Esperancita, me conformo con la parte que cuelga debajo de los lazos rojos que adornan las trenzas y no lo notará tu tía.
Muchas gracias, querido duendecillo de los árboles, te quedaré eternamente agradecida.
El duendecillo pronunció unas palabras mágicas y en ese mismo momento el vestido de Esperancita quedó totalmente limpio y de sus trenzas desapareció un pequeño trocito de pelo rubio.
Esperancita bajo del árbol y la tía al verla totalmente limpia se quedó sin habla y no supo cómo reaccionar, así que la dijo: ¿Por qué te has subido al árbol?, sabes que no me gusta, te puedes caer y que diré a tus padres, me tienes que prometer que no te volverás a subir más.
Descuida tía te lo prometo, a partir de ahora tendré mucho cuidado con todo lo que haga para que no te enfades.
Y desde entonces fue una niña buena aunque algunas veces era un poquitín rebelde.
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